martes, 5 de noviembre de 2013

Hubo un tiempo en el que todo era muy sencillo. Embriagarte era sencillo, reír era sencillo, estar solo era sencillo, escribir era sencillo, aprender era sencillo, pasártela bien era sencillo. Confiar era sencillo. Sí, creer en la gente era sencillo. Incluso intentar comerte al mundo era sencillo. Comértelo. Creer que te lo estabas comiendo.

O imaginar una vida. Eso era sencillo.

Me pasó que soñé con tener cosas: una casa, amigos, una pareja, un trabajo, el reconocimiento de los padres, el respeto de quienes me rodeaban. Eso se convirtió en el 100% de sueños que debían convertirse en cosas realizadas. Pero así como sucedió, pasó que me llené de gente que me resultaba extraña. Que no tenía nada qué ver ni conmigo, ni con ellos mismos. Apariencias. O luego no. A lo mejor peleaban consigo mismos por ser alguienes. Por ser exitosos. Por ser reconocidos. Por ser inteligentes. Por ser populares. Por demostrar. O tal vez me equivocaba y era yo la que se forzaba por ser "alguien" en lugar de ser yo misma. Tal vez ellos eran eso realmente. Y yo no.

La verdad es que no hay nada que disfrute más que estar en mi casa. Con una taza de café. Con una botella de cerveza. Con un cigarro. Con un libro. Viendo una película. Barriendo mi hogar. Escuchando a Joaquín Sabina en la oscuridad, con mi cerveza y mi cenicero sobre el Baila, baila de Murakami. Nada disfruto más que eso, como lo hago ya mismo.

Yo no sé si de verdad quería ser promiscua. Una vez lo dije y sucedió. Así como dije que quería trabajar en una revista de la ciudad, dando recomendaciones de libros, exposiciones... Así como dije que disfrutaba del cuerpo humano, del femenino y del masculino... Y ¡pum! Hállame a mí trabajando en una revista donde la figura femenina es un idilio.

Tal vez tengo demasiada suerte y es verdad eso de que donde pongo el ojo pongo la bala. O ya tengo mi futuro escrito. Es bonito pensar que tienes el futuro escrito. Aunque, hay quienes imaginan que porque así supones, no va a costar trabajo. Y sí, lo cuesta. Lágrimas, enojos, rencores, caídas, desengaños. Y después felicidad. Porque sucedió. Pero costó. Y el dolor te hizo feliz. Porque aprendiste, ya sabes.

Yo no sé si de verdad quería ser promiscua. Una no se propone no tener un amor único por el resto de la vida. Una no se propone tener millones de amores. Una se propone ser The One. Eso sí. One need. "Yo no quiero domingos por la tarde. Yo no quiero columpio en el jardín. Yo lo que quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí".

Uno siempre busca, no sé si quiera abandonar, cambiar y olvidar. Al final del cuento uno tiene que olvidar. No te queda de otra. Olvidar y dejarte encontrar otra vez. Así es esto.

Pero yo de verdad no quería ser promiscua. Quería y quiero ser importante para alguien. Lo hice mal, lo acepto. Pero yo no lo quería. Siempre he querido estar en una habitación con el amorconelquesiemprehabíasoñado. Desnuda. O vestida, da igual. Con un libro yo. Con un libro él. Cada quien en su cosa. Aprendiendo. Conociendo. Compartiendo. Fumando, bebiendo. Dejándome llevar por la vida bohemia, con una persona real. Me gustan las personas reales.

Yo no quiero ser promiscua. Me quise proteger diciendo que me habían orillado a eso. Pero nel. Yo solita lo hice. Me convertí en una persona que ahora no sé quién es. En ese momento era yo. Quién sabe por qué uno va definiendo ese camino. No sé por qué me acostaba con uno y con otro. Un pedo de ego, supongo. Ego-ísmo, ego-latría, ego-centrismo. Necesitaba SER para alguien. Aunque fuera de a ratitos. Y así fui. Lo fui por horas, por minutos, por días. Pero no lo fui para quien lo quería ser. Frustración absoluta. Ni hablar, uno puede definir lo que quiere para sí, pero no lo que es para los otros. Pero yo creí que sí. Y para los otros fui, pero sigo sintiendo que jamás fui para ese para quien realmente quería ser.

Suena complicado, pero no lo es.

Yo lo que quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí.

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