sábado, 4 de junio de 2016

Quezque por el amor

 

El problema está en ser mujer. En la progesterona. En usar calzones y mojarte. En querer quitártelos porque los mojaste. En querer que te los quiten porque los mojaste.

El problema está en tener calor. En haber nacido en las entrañas del machismo. En pasarte días enteros escapando de las garras de la sumisión. En haber aprendido la diferencia entre sumisión y libertinaje. En patear a la sumisión y agarrar a besos al libertinaje.

El problema está en haber dejado de escucharte. En haber pensado que lo de allá tenía lógica y que, lo de acá, no.

El problema estuvo en detener el ritmo. En escucharlos. En considerarlos. En tomarlos a broma. En darles el beneficio de la duda. En tomarlos en serio. En intentar seguir sus reglas del juego. En apretarte el calzón.

En prohibirte a ti misma mojarte.

Y un día decidir enamorarte y dejar de probar las mieles del calor. Se te ocurrió que sería más feliz tener a alguien estable, guardar fidelidad, blandir la bandera de la moral y cumplir reglas de quién sabe quién.

¿Y en qué terminó aquello? En más de 12 meses sin sexo. Sin buen sexo. Puro sexo chaqueto. Puro sexo mamón. Sexo puramente fláccido. Pusilánime. Vomitivo. De hueva. Estéril. Puro sexo bien pinche atroz.

¿Qué necesidad tiene una de andar ninguneando la verga? Con lo bonitas que son. Con lo rico que saben. Con lo bien que se siente traerlas ahí dentro. Con lo geométricamente perfectas. Con lo afanosas. Lo perpetuas.

Y una, ninguneándolas. Quezque por el amor.

Pamplinas.

Nada de amor. Eso aquí ya se acabó.

Lo primero es quitarse los calzones. Luego el amor.

Luego darle otra vez la bienvenida a la cópula.

Y, al final, otra vez puros gritos del corazón de satisfacción.

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