lunes, 27 de abril de 2015

Lo mío no era el sexteo

¿A poco no se te hace que el sexting es como para chavitos?, me preguntaba yo varios meses atrás. Agarrar y leer frases como de Las 50 sombras de Grey al menos a mí, me daba una hueva tremenda. Y mira que me gusta que me hablen sucio. No, nada de sobajamientos y eso. Me refiero a usar adjetivos de lo más pedestres para referirse a partes de mi cuerpo y a cómo podría el individuo en cuestión llegar a ellas.


Pero no crean que todo se trata de manejar el lenguaje albañilero por excelencia. También es bien bonito alabar unas bonitas nalgas usando las palabras adecuadas. Es abrasador que un buen novelista –no un novelista basura (o un Ricardo Arjona)– describa un delicado pubis. ¿Y qué decir de cuando un cuentista compara un enorme pene con un moderno rascacielos? Qué bonito.


Y te digo que no me gusta el sexting porque lo he practicado. No muchas veces. Poquitas. Como seis. Hay un amiguito que siempre quiere que me caliente porque él anda caliente. Y se me antoja. Se me antoja porque siempre que me escribe me dice que amaneció tieso. Se me antoja porque siempre que me escribe me dice que me imagina sentada sobre su pene enhiesto. No usa esa palabra. Seguro dice duro. O firme. O algo así. Y sí, me prendo, pero yo no lo entiendo. No lo entiendo porque todo se queda en palabrería. Y concluyo en que le gusta más masturbarse que penetrarme. Yo preferiría que me diera una cogida tremenda. Bueno, sería nada más por mera curiosidad empírica. Pst, a ver qué tan cierta es esa gran verga de la que tanto presume.


Y me muerdo el labio inferior de imaginarme. Y luego regreso a mi temperatura normal porque me acuerdo que todo se queda en pura palabra y una que otra foto. Y, pensándolo mejor, no han sido buenas fotos.


Le encanta calentar el bóiler con mensajitos. Y no lo voy a negar, la primera vez caí redondita. Una toqueteadita por aquí, un orgasmito por allá... La segunda, casi. Hasta que me lancé como gorda en tobogán y le pregunté dónde lo veía; me dijo que no podía, que mejor cada quién en su casita. La decepción. Presentí que estaba tratando con un humedece-vaginas (versión masculina de calienta-pollas) y lamenté estar condenada a manuelear hasta el final de los tiempos. La tercera vez –sí, hubo una tercera; y ha habido cuarta y quinta– ya no le seguí el juego. Pus si para manosearme yo no necesito textear.


¿Palabras? ¡Ja! Pus si no queremos seducirnos, namás queremos venirnos. Por eso ahora me gusta más eso de mandar fotos y videos. Llenar el mundo de los teléfonos inteligentes de pixeles y más pixeles de placer. Y entonces sí, una mano aquí, un dedeado rapidito del clítoris; la otra por allá, ya apretando duro el colchón, ya apachurrando suavecito las chichis. Bien concentradita una en darle play a lo que te manda el bombón que de tan lejos ha pasado a instalarse ahí en tu encimita. Y –¡ay!– llegado su momento pues ni modo de quedarse una como espectadora; no señor, que en este mundo del sexteo para recibir hay que saber dar.


Este muchacho que les cuento de los videos es otro. Uno que sí cumple y no sale con sus cosas de que está duro y me imagina encima de él. Encima de este sí he estado. Hemos estado el uno en el otro por todos lados. Lo único malo es que hemos de borrar tanta foto cochina, tanto video pervertido. ¿Lo bueno? Lo bueno es que nos podemos escribir de un momento a otro y volver a pixelearnos libertinamente en el momento en que se nos de la gana. Y por pixelearnos me refiero a ultrajarnos de la punta de los dedos a lo más profundo de nuestros cuerpos.

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